Por: Shaun Grech
En fechas recientes, 41 niñas institucionalizadas en un supuesto “hogar seguro” a cargo del gobierno murieron quemadas, encerradas, sin oportunidad de escape. Algunas de estas niñas tenían discapacidades intelectuales. Un pequeño número que logró sobrevivir se encuentran embarazadas, víctimas de violencia sexual, abuso y violación.
Este trágico suceso ocupó titulares noticiosos internacionales y escandalizó a sectores guatemaltecos. Una considerable (aunque tampoco inmensa) cantidad de personas tomó las calles clamando justicia. Entre las protestas se escuchaban llamados para la remoción del presidente Jimmy Morales, cuya única calificación para tal puesto es la de haber sido un comediante que personifica a los pueblos indígena y garífuna de la forma más racista posible. Su presidencia es la sucesora de la desastrosa corrupción y desfalco del gobierno previo. Este país herido pareciera nunca lograr terminar de sanar.
El sistema no está allí para proteger, sino para violar, pues al violar reafirma la noción de que estos cuerpos no valen la pena para ser protegidos–subhumanos– una carga. Deshacerse de ellos es soltar esa carga.
Sin embargo, dejando de momento de lado al presidente, esta tragedia es un todavía más crudo recordatorio de que no es este un evento aislado. Tampoco será el último. Los abusos, la violencia y los ataques son abundantes, bien conocidos e informados en estas supuestas “instituciones”. Existe, sin embargo, una asunción tácita de que esto es lo que naturalmente debe de ocurrir en este tipo de lugares. Causa sorpresa el que no existan abusos, el que las cosas funcionen como deben, tal como ocurre con casi todo lo operado bajo los auspicios del gobierno.
El tamaño de la muchedumbre protestante es, asimismo, testimonio de que tal como con todas las tragedias anteriores, no todos los segmentos de la sociedad guatemalteca son conmovidos o se toman la molestia. En las redes sociales, las clases medias privilegiadas optan por desechar los reclamos de las niñas sobrevivientes, culpándolas bajo su construcción de “problemáticas”, responsables de sus propios apuros, de su propia muerte temprana. Otros tomaron el lado de las autoridades, refiriéndose a estas niñas como “basura”; pidieron mantenerlas encerradas, pidieron erradicarlas una a una.
Estas recientes muertes y su recuento son emblemáticos con respecto a varios puntos clave que reflejan problemas aún más amplios en Guatemala:
- Las personas en condiciones de pobreza y de vulnerabilidad valen poco o nada. La vida es fácilmente desechable o desechada. El sistema no está allí para proteger, sino para violar, pues al violar reafirma la noción de que estos cuerpos no valen la pena para ser protegidos, en principio. Por el contrario, son relegados al cuarto oscuro del olvido y la vergüenza –subhumanos– una carga. Deshacerse de ellos es soltar esa carga.
- No importa si todavía se es niña o niño, pues la niñez le es negada a aquellos que no cuentan con los medios económicos, sociales, culturales o de género para asumirla y vivirla. La niñez es, a su vez, racializada. La niñez segura y dignificada yace solamente detrás de las puertas de las comunidades privilegiadas y acordonadas, ocupadas blanqueándose a sí mismas.
- Los pobres, aquellos al margen, contaminan el mundo físico e imaginado del resto. Son números y respiros indocumentados. Aquellos que toman el giro errado, debido a las circunstancias, son demonizados y criminalizados, al igual que los derechos humanos que débilmente intentan protegerles. El resto, los “funcionales”, están allí para ser verbalmente violados y materialmente explotados mediante su trabajo – una presencia intermitente vista solo parcialmente a través de ventanas opacas, nunca escuchados, nunca tocados. La pobreza y la privación continúan siendo fuerzas efectivas de control social y de esclavitud.
- El racismo supura. Este alcanza no solo a las personas indígenas, sino a un considerable trozo de la nación, relegado a las cunetas de la sub-humanidad; un racismo que atraviesa el color, la raza, la ubicación, la situación económica, la cultura, la ideología, la cosmovisión, la dis/capacidad.
- Existen más que suficientes recursos para poder funcionar en Guatemala. Estos han sido históricamente, distribuidos de formas bastante injustas. Igual ocurre con los seres humanos, con las ubicaciones a las que son relegados, forzados a vivir al borde del hambre, del dolor y de la desesperanza – ojos que no ven, corazón que no siente.
- La socialidad, el privilegio y la protección son lujos que solo unos cuantos pocos pueden pagar. Este es el segmento considerado humano y meritorio; estas son las personas que viven y mueren con derechos en su fabricada normalidad.
- Aquellos que parlotean incesantemente en las redes sociales, incluyendo a supuestos activistas, están en buena medida mal informados, son autocomplacientes y auto agrandados. Ven y saben muy poco sobre su propio país. El llamado “interior” –aquel otro mundo fuera de la capital, aquel otro mundo fuera del mundo– continua siendo un apéndice generalizado y homogenizado de vacuidad, dotado de contenido apenas por los mitos normalizados solamente a través del salvajismo mental mal construido. La ignorancia se torna en la necesidad.
- La violación, la violencia y la muerte dentro de entornos supuestamente creados para proteger y cuidar, son una clara manifestación de desprecio; y este desprecio por el débil y por el frágil se compone de todo un legado histórico y de clase, pasado entre generaciones. Las fuerzas coloniales latiguearon y mataron a aquellos no aptos para trabajar, a aquellos considerados débiles, a aquellos con discapacidad. Hoy, estos son latigueados por la indiferencia institucionalizada, por la violación y por la violencia, por la extrema pobreza, una pobreza heredada – el castigo por haber nacido.
- Cerrar las puertas con llave implica que hay algo que esconder. Las malas acciones y aun incluso la violencia y la violación, deben esconderse y olvidarse, pese a las severas advertencias por organizaciones de derechos humanos. Estas advertencias parecieran ser solo comentarios que se escuchan a lo lejos…tal como las propias víctimas.
- El gobierno no tiene intención alguna de monitorear qué ocurre adentro y todavía menos tiene voluntad de intervenir. Este no es un hecho aislado – existen muchas otras instituciones con similares relatos de negligencia, dolor, sufrimiento y desesperanza inimaginables. Muchos están siendo violados y golpeados mientras escribo estas líneas. Muchas más muertes le seguirán a estas.
- No puede pulirse un trozo de mierda. Puede pintarse unas cuantas paredes y en medio de fanfarrias decir que tenemos un hermoso lugar. Pero el funcionamiento interno sigue siendo el mismo, igual de incompetente, de opresivo, sin amor; continúan las prácticas al azar y, detrás de las puertas cerradas, pocos pueden gritar lo suficiente para pedir ayuda. Y cuando lo logran, la ayuda no llega. La mierda es el mismo gobierno…uno tras otro.
- En Guatemala se está siempre solo, en particular cuando se es vulnerable, con discapacidad, traumatizado, herido; porque el país ha y continúa funcionando bajo efectos de la segregación, de la división, de la distribución desigual. Eso es lo normal, lo normalizado. Se compra el cuidado, se compra la seguridad, se compra el bienestar en la organizada pero limitada socialmente burbuja del autoengaño. Hay un plan y un seguro para casi todo.
- La protesta solo puede llegar hasta cierto punto cuando el sistema continúa sin variación, cuando tantos continúan siendo abusados, violados, heridos mediante la fuerza bruta o mediante la indiferencia. Es el trato decente y digno lo que causa sorpresa en el país. En ausencia de una protección social funcional, también se carece de una cultura de voluntariado, de “ensuciarse las manos” por parte de las clases privilegiadas. La excusa de que algo es responsabilidad de alguien más es demasiado fácil, demasiado débil, demasiado vieja.
- Los guatemaltecos viven en miedo. El miedo está institucionalizado porque ha sido y continúa siendo una efectiva herramienta de control social para que aquellos al mando eludan sus responsabilidades, para que puedan saquear y violar. Para mucho, el miedo al contacto y tal vez hasta al contagio es una excusa más para justificar la inercia.
La sola muerte de estas niñas no es la tragedia. La tragedia reside en la institucionalización y en la normalización de ocurrencias trágicas. Mientras tanto, muchos más innecesariamente perderán la vida, muchos más morirán de hambre, muchos más nacerán, vivirán y serán encerrados como bestias de carga.
Shaun Grech es sociologo, director de The Critical Institute y coordinador de Disability Action Guatemala.
Traducido por: Juan Pensamiento Velasco